Cuando te vi eras una niña traviesa que no podía estar quieta en su asiento. Eras una muñeca de porcelana a puntito de romperse en mil pedazos, brillantes y punzantes. Eras un bocado de aire a primera hora de la mañana. Morenita, chula mía. Yo sé que huías de mí. Y se también, que esa mañana me viste en el transporte, me viste de reojo, como si no quisieras verme, con desgano, entre la multitud de gente que había dentro; y yo afuera y tu aferrada a tu asiento con todo Quito encima de ti llegando tarde a los trabajos. Y miraste a otro lado, acomodándote la mochila, un puchero en la boca, que barbaridad el tráfico, verdad que a esta hora es terrible.
Yo quiero que sepas niñita mía, morenita mía, chulita del desierto y la montaña –no me preguntes porque pienso en desiertos cuando pienso en ti…creo que es por una novela que leí sobre un Jesús que andaba profesando en un desierto, medio loco y medio perdido muy, muy lejos de Jerusalén-. Chiquita mía, como te iba diciendo, quiero decirte que aun llevo marcada en mi mano la piel de tu muslo regordete y rosado. Todo esto pensaba esa mañana en que no volteaste la mirada en el transporte para verme.
Si quieres venir un día, conoces el camino. Mi otra mano aún tiene envidia, ya te imaginaras porqué. Ven chulita del desierto.
He soñado ríos donde te amo y te imagino sonreída sobre mí regalándome besos largos y coquetos, con tu cabello sobre mis hombros, y mis brazos cruzando esa cintura que se escapa de todo. Ven chulita del desierto.